Acto IV: El humanista
Desvanecido el Ser en las
alturas, la nada puebla ahora la tierra de los hombres; y de la nada, nada
brota. Se impone la tiniebla, el caos; todo orden resulta patético, una
insignificante mota de polvo, un grano de arena en el desierto de la
inhumanidad. Se apagan las luces, se enciende la llama que prenderá fuego al
mundo anciano y hará de la humanidad un movimiento joven y autodestructivo
hasta eliminarlo todo por completo. Los Valores se sustentan en el lodo y, poco
a poco, se sumergen, amenazando con su desaparición. Los hombres ahora miran al
cielo y observan al héroe Prometeo destapando el tarro y mostrándole al mundo
un interior vacío.
Con destreza histórica, los
ancianos más decrépitos del mundo apartan sus diferencias y rápidamente
escriben los tratados del nuevo Orden, sentenciando a Prometeo, condenándole,
le imponen su castigo, responden con violencia a su atrevimiento y le hacen pagar
por su acto terrible. Viejos chovinistas, enajenadamente enamorados del poder,
larvas al borde de la muerte, que rebañan sus últimos días trepando a empujones
hasta el altar del mundo. Jueces del Cosmos.
La sentencia ha sido firme:
“Tú, Prometeo, que atentas con violencia contra la Ley que doblega a los
hombres de carne y hueso y que alimenta nuestra sed de gobierno, serás
condenado y encerrado por siempre en el interior del tarro que tú mismo
profanaste”. Y ahora los hombres contemplan a Prometeo en las alturas y sonríen
y vuelven a vivir en la geometría; no ya como hijos de Dios, no como súbditos
de los sagrados mandamientos, no por amor al prójimo, sino como hombres, como
esclavos de los derechos humanos, escritos por las mismas manos huesudas que alzaron
el tarro vacío. Ahora se erigen los mismos valores, el mismo Sistema, la misma
Estructura y su dios es, desde hoy, el Hombre.
El tarro ya está lleno, ahora
existe un sistema real. El Hombre es así y así deben ser ustedes.
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