30/4/12

SÓRDIDA Y DROGADA, Nº 3


Ya disponible el nº 2 de la revista. Puedes pedirnos ejemplares gratuitos mandándonos un correo a sordidaydrogada@gmail.com
También puedes descargarla en formato pdf (Descargar)


 PRESENTACIÓN:




           Estimado lector:

         Por tres veces las venas de la divina creación explotaron y los charcos de sangre se espesaron al mezclarse con las cenizas de toda una civilización destruida y condenada al olvido de su esplendor.

         Por tres veces nos quedamos sin nada. Nada. Y en el hueco vacío que deja nuestra humanidad ahora colocamos arrepentimiento, humillación, impotencia, llanto... Tanto tiempo admirando nuestras cadenas que ahora que se rompen estamos perdidos.

         La escena es sórdida y las actrices están drogadas. Pero de esa sordidez, de esa adicción, de esa panda de zorras traperas y retorcidas surgirá la nueva era, la era de los animales concebidos con el único motivo de cagarse en el mismísimo Cristo y vomitarse unos a otros. Animales que se saben animales, que no se esconden tras la ética para fingir el poder que sólo tienen por la fe que se profesan a sí mismos.

         Hemos venido a publicar a los gusanos y ante tus ojos sólo tienes los capullos que ellos han ido tejiendo con la intención de abrirlos en la era próxima y aparecer convertidos en polillas viscosas y traicioneras.

 La editorial

 CONTENIDOS:

1. Presentación de este número
2. Letra a letra, Pedro Andreu López
3. Y qué si no, Marcos D.C.
4. Y qué si no, La Cierva
5. Eutanasia activa, Cuandolohasperdido
6. Un presagio de muerte, Harry Winston
7. El frío, el calor y la nada (Acto III, el sacerdote)


 Ahora se irán subiendo los textos que formarán parte del número 4.

21/4/12

Eutanasia activa, Cuandolohasperdido


Un día cualquiera, sin previo aviso, le salió un padrastro en el dedo corazón de la mano izquierda. Aunque sabía que era justo lo que no debía hacer, se lo mordió. Empezó a tirar y la piel se levantó deprisa, como una carrera en una media. Al final, mezcla de ansiedad por acabar y de horror, terminó por despellejarse el dedo, la mano, el cuerpo.

En su testamento vital había optado por la muerte si sufría.

20/4/12

Y qué si no, por la Cierva


      Ni un alma en la calle. Vacía. Me quiero ir de aquí. La ventana no se puede abrir más y este aire me vuelve en ráfagas de humo. Tengo que fumar más rápido.

     Mientras, él me seguía hablando aun a sabiendas de que no le escuchaba; hacía un rato que no me importaba una mierda lo que tuviera que decirme y sus palabras sólo me llegaban como un aullido que me alteraba bastante. Y no tenía más tabaco. Por fin dejó de hablar y se hizo un poco de silencio. ¿Alguna cosa más?

     Vi cómo se le hinchaban las venas del cuello, se empezó a poner rojo como una  fresa y, cogiendo una larga bocanada de aire, me dijo: “¿Tienes un cigarrillo?”. No, este era el último. ¡Qué se joda! Nunca pensé que me alegraría de no tener tabaco. Acababa de lanzar por la ventana mi consumida colilla. Tenía la boca seca y necesitaba un café. El inútil ese no había movido un dedo en días y me venía a contar sus rollos de paranoico, conteniéndose los insultos y sentándose encima de las manos para no levantármelas. Cobarde de mierda. Si no hubiera sido por lo cansada que estaba tras varias noches sin dormir, ni parar de beber, poco hubiera permanecido en la mesa un bonito cuchillo de carnicero con manchas amarillentas  y resecas que me pedía a gritos: “clávame” “clávame”.

     Nos quedamos mirándonos fijamente. Le odiaba. Al fin, volví a mirar a la calle y había terminado de amanecer. ¿Puedo irme ya? “Sí claro. Vete a tu puta casa, pero esta vez, no vuelvas”.
     
     Me largué sin decir una palabra. ¡Que se pudra!



     A los pocos días me encontraba de nuevo sollozando en su puerta. Me recibió con una pícara sonrisa de complicidad. En la nevera había latas frías. Él ya lo sabía y yo también. Y también sabíamos que, otra vez, me iría de su casa sin decir adiós.

Un presagio de muerte, por Harry Winston


Un presagio de muerte
vierte el último trago
en la boca de mi estómago
y frente al retrete,
de cuclillas,
escupo toda mi vida.

Borracho,
como si fueran a prohibirlo;
Muerto,
como si nunca hubiera vivido.
Otro tiro, ¡coño!,
antes de que la adicción
se apodere de nosotros.
Otro tiro;
sólo otro.

11/4/12

Y qué si no, Marcos D.C.

             Ella no estaba escuchando nada de lo que le decía. Mientras yo hablaba intentando camuflar sin éxito el odio que le tenía, ella miraba por la ventana fumando un cigarrillo con fingida tranquilidad. ¿Qué cojones había en la calle para que no pudiera dejar de mirarlo? Cuando terminé, se hizo el silencio durante un par de segundos. Yo estaba muy alterado; ella también, pero sólo se volvió y dijo: ¿alguna cosa más?
Joder, como odiaba a esa puta; intenté recordar si cuando la conocí era igual de víbora. Alguna cosa más, dice; será... Mierda, tenía cien mil cosas más que decirle, sin embargo, elegí la más apropiada: ¿tienes un cigarrillo? Ella tenía esa mirada, esa que ponía algunas veces, cuando quería darme a entender que estaba haciendo lo imposible por contenerse. Si no la conociera, hubiera pensado que estaba a punto de lanzarse contra mí con un cuchillo. Lanzó la colilla por la venta. La teníamos abierta por el calor de aquellos días; yo estaba sudando como un cerdo. Ella no sudaba nunca. No, me dijo, ese era el último.
Nos quedamos mirándonos el uno al otro. Tuve que concentrarme bien para calmar mis deseos de abofetearla. Sabía que ella estaba haciendo lo mismo. Por un momento creí que iba a decirme algo. Algo importante. Pero sólo suspiró y, volviendo a mirar por la ventana, dijo, ¿puedo irme ya? Claro que no, joder, claro que no podía irse, ¿quién coño se creía que era? Sin embargo, ¿qué podía hacer yo? Sí, claro, le dije, vete a tu puta casa, pero esta vez no vuelvas. Cerró la puerta sin decir nada.
Después de aquello, pasé el resto de la mañana preguntándome por qué coño dejaba que esa zorra me tratara así. Decidí que, si volvía, no la abriría la puerta.
A los dos días, ella llamaba a mi timbre entre sollozos. Yo la recibí con una sonrisa, la invité a unas cervezas, la volví a acoger en mi piso. Sabía de sobra que, en pocas horas, aquella misma mañana, volvería a echarla para siempre de mi casa. Aún así, aquella noche nos perdonamos y dormimos juntos. En fin, ¿qué otra cosa podía hacer?

7/4/12

El frío, el calor y la nada (Acto III), Anónimo

            Acto III: El sacerdote

Un Ser. Un Sentido. La Verdad. Dios. Olvida el enorme cerebro e imagina ahora un gran tarro vacío de cristal, que se alza ante la humanidad, sin otra cosa que mostrar más que un ficticio ocultamiento de algo que, en realidad, no existe. ¿Por qué entonces la humanidad toda alzó su vista para contemplar, maravillada, el tarro vacío? Su terrible pánico a la nada les hizo, metafísicamente, buscar algo y, así, inventárselo Todo. Ahora sí; ahora podrían gobernar los ancianos, ahora habría leyes, fieles a esa Totalidad verdadera, habría Felicidad sobria y madura, fiel a la única Verdad. Pero ese Todo no dejaba de ser fruto de lo único que poseen y han poseído siempre los hombres: la nada.

La convergencia de los rayos del sol en el tarro cegaba al hombre Prometeo. Allí, en el cielo, a su avanzada edad, próxima ya a la vejez, él encontraba al fin la Verdad. Estiraba sus brazos y tan solo alcanzaba a tocar las hojas que el viento de otoño arrastraba consigo. Trepó a los árboles y todo él seguía pareciendo ridículamente diminuto frente a ese tarro inalcanzable. Escaló montañas, construyó torres y escaleras, diseñó complejos modelos de potentísimos aeroplanos... Y sin embargo no alcanzó la Verdad que sobre él se mostraba.

Déjalo, Prometeo, renuncia; todos vemos el tarro, todos sabemos que está ahí, sobre nuestras cabezas, que gobierna y ordena el mundo a través de sus destellos; no sigas, pues nunca lograrás alcanzarlo. Pero él no escuchaba a quienes esto le decían, no quería hacerles caso, no podía. Prometeo nunca entendió la postura de los hombres frente al tarro. ¿Acaso les bastaba verlo para confiar en su poder, en su veracidad? Sí, eso parecía. Pero él siempre fue un hombre de razón y necesitaba palpar con sus propias manos aquella Verdad; Prometeo no era un hombre de fe. Cuando se percató de esto, sin más, se halló frente a Dios, frente a la Verdad. Tomó entre sus brazos el gran tarro y, al abrirlo, todo su cuerpo, fustigado por la decepción, se estremeció. El tarro estaba vacío.

5/4/12

Letra a letra, por Pedro Andreu López

(Poema de "El frío", editorial Sloper. VII Premio café Mòn)

Perdona si mi voz no es la que era,
si en mi cuarto hay ese olor
a plácida violencia tras el llanto, si tengo canas
y por fin me asalta la resaca tras la fiesta
con su cuchillo hiriente y melancólico,
si aún llega fin de mes a noche trece,
si la ducha sigue estropeada,
si no he ganado nunca el Jaime Gil de Biedma
ni aprendí a bailar tangos ni manejo
automóviles caros como la madrugada...
Perdóname también si no me corto un pelo
ni trabajo ni duermo ni dejo de llamarte
ni sé pedir perdón como dios manda
sin reírme en la madre que parió a este planeta.
Perdona —conejito de miel, hembra de otros,
bichito de la luz en mi pasado,
memoria ardida en cueros, perfume
de corazón burdel—, tantas palabras putas
que te dije.
Perdóname... si me voy olvidando de tu cara,
si dibujé tu nombre en nuestro patio
con un palo y oriné sobre él
hasta borrarte el alma, letra a letra.