Todo
estaba saliendo a la perfección.
Había
pillado a un buen toro de lidia y estaba lista para entrar a matar. Desde que
le puse la vista encima, estuve toreándole como me había dado la gana.
Llegamos
a su casa y abrimos otra botella de tequila mientras nos quitábamos la ropa. Llevábamos una buena encima, pero aún había espacio para más.
Esa
noche iba a salir por la puerta grande con las orejas y el rabo.
Él
estaba tan cachondo que bebía para ocupar su boca y no ahogarse entre mi piel.
Yo le quitaba la botella y me echaba el tequila por encima para ponérselo más
fácil.
Tenía
ganas de subirme por las paredes, hacía mucho tiempo que no echaba un polvo y
hacía aún más tiempo que no me encontraba con ganadería de primera.
Me
condujo a su cuarto y me tiró en la cama. Se quedó de pie mirando mi cuerpo
desnudo. Yo abrí las piernas y apoyé la cabeza sobre mis brazos. Ahora me
miraba el coño fijamente. Empecé a tocarme. Él cogió una silla y la colocó a
mis pies. Empezó a tocarse.
Estaba
totalmente enfrascada en un placer que nacía entre mis muslos y se esparcía
poco a poco, despertando cada rincón de mi cuerpo. De pronto sentí un
escalofrío, una lengua húmeda intentaba echar a mis dedos para apoderarse de
todo mi clítoris. Dejé el rodeo para el toro y me concentré en mis pezones.
Mis
ojos ya no veían nada y me clavaba las uñas en los muslos mientras intentaba
retenerlos. No podía soportar aquello. El clímax estaba llegando y creía que me
iba a morir. De pronto sentí unas ganas infinitas de gritar, trataba de
contenerme, pero él también lo notaba y cada vez echaba más espuma por la boca.
Empecé
a quedarme sin aire, tomé una gran bocanada y, en el momento en el que abrí mis
pulmones para expulsarlo, empleé tanta fuerza que ese aire arrastró toda la
mierda de mi faringe hasta llegar a la garganta y fue el orgasmo lo que me hizo
doblarme por la mitad y en vez de un grito de placer, una gran flema verde fue
a parar a su cabeza. Era grande, verde oscuro y estaba envuelta en saliva
espumosa.
En
cuanto vi aquel monstruo cerré las piernas con todas mis fuerzas atrapando su
cabeza en mi coño. Fui incapaz de reaccionar ante aquel esperpento, no tenía un
pañuelo o mi camiseta, mismamente, para limpiar aquello y las sábanas estaban a
tomar por culo en el suelo. Sólo tenía mi mano y la sábana bajera para hacer
desaparecer aquello, pero al pensar que después nos restregaríamos y se nos
pegaría aquel moco verde y al descubrirlo tendríamos que rascarnos con la uña
porque estaría seco y pegado, me entró una arcada.
Mientras
pensaba en todo esto el toro continuaba ahogándose entre mi flujo y forcejeaba
con mis infinitos muslos. Cuando se desprendió de mí, el tío estaba morado. No
dijo una sola palabra, se incorporó lentamente y se lanzó contra la almohada
totalmente satisfecho por su trabajo.
Me
levanté y fui al baño. Eché la raba. Bebí agua y volví a rabar.
Entré
en la habitación y me vestí de espaldas a la cama.
Abrí
la puerta y eché un último vistazo. Dormía plácidamente con el gran flemón
enredado en su pelo. Volví a potar antes de irme.