9/5/12

A las cuatro de la tarde, Marcos D.C.


     Eran las cuatro de la tarde cuando entraba en casa. Yo estaba realmente contento, aunque físicamente destrozado. Llevaba más de cuarentaiocho horas seguidas de fiesta y sólo iba allí para intentar descansar un poco; al día siguiente tocaban unos colegas en las fiestas de no sé qué barrio y el fiestón estaba garantizado.

     Abrí la puerta y saludé. ¡Qué pasa, familia! Mi padre estaba en el salón, más serio de lo que yo lo había visto en mi vida, lo juro. ¿Pasa algo? Ve a tu habitación, anda, me contestó, que la mamá quiere hablar contigo. No tenía esa cara suya de “la has cagado, chaval” o “venga, trágate el rollo y ahora nos vemos una peli”; qué va, esta vez parecía ir más en serio.

    Aquello me descolocó un poco. Tenía la cabeza como una batidora entre el spiz y las emociones acumuladas. Sin decir nada, entré en la habitación. Mi madre estaba sentada en mi cama; había estado llorando.
     
     ¿Qué pasa?, ¿he hecho algo? Hijo, contestó sin mirarme, tú no puedes seguir así... Mierda, ahora me esperaba una de esas, una de las de o estudias o te buscas un curro. Joder, ya hemos hablado de eso... No, me cortó, esta vez es de verdad; vas a buscar un trabajo. Y te vas a ir de esta casa.

1 comentario:

  1. Oye, el otro día Marcos me pasó un ejemplar y los leí. Me encantó, verdaderamente. Aquí tenéis un interesado.

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