19/6/12

Tetilla, por Sergio Escribano



     Tetilla tiene miedo de perderse, de que se le pire la pinza, de la policía, de la policía secreta, de los nazis, de Atila el Uno y del futuro. Tetilla se ha acostumbrado a vivir temblando, huyendo en silencio, padece su vida cual almorrana. Es más, Tetilla se ha acostumbrado a esperar más sufrimiento al filo de lo insufrible cada semana y Tetilla ha encontrado una pequeña pomada en reconocer el primer escozor de cada día, el primer sustillo, ¿parece que ha entrado alguien en casa?, ¿no estoy solo? Sale sonriendo a desayunar temiendo que en la puerta un policía le pida que se identifique o que lo registre, y cuando llega al bar libre es cuando nota que todavía no se ha despertado. -¡Un café!- Sí, teme quemarse mientras se organiza el día, de hecho sonríe al quemarse. Suele fumarse un canuto después del café porque teme alterarse, después se fuma otro, luego se toma una energy drink porque teme empanarse y así se le queda el día nebuloso que le gusta, que puedes esperar una sorpresa por cualquier lado y temer a gusto que un enfermo se obsesione con una gilipollez, no por él, si no porque -¿qué voy a hacer cuando le mate?- Y entre estos pensamientos temerarios divertidos llega casi en volandas al laboratorio.

     Cuando Tetilla sale del laboratorio es pura pomada, con aura o algo parecido a nivel más real, iluminado por el miedo, se dispone a concentrar gente y restregarse con todos, y así entra en el Metro por Sol, coge la Línea 3 dirección Sur y se frota con todo el vagón a reventar, con la curiosa circunstancia de que hay quienes le abrazan y se restriegan con él también en pleno clímax de sudor de sardina.

        Pero Tetilla se aburre desconsoladamente y decide empezar a drogarse.

     Tetilla se planta en la puerta del laboratorio, tumba un contenedor de vidrios, grita -¡Disparadme!, ¡disparadme, joder!-, arroja botellas vacías y ríe.

       Tetilla lee la prensa por entretenimiento, pero sabe demasiado.

     Tetilla vuelve al laboratorio, pero en la puerta le está esperando Atila el Uno, taciturno, con sus mejores capas y el rostro envuelto en rabia. Tetilla tiembla de miedo y nota la serotonina extenderse por su cuello mientras se queda completamente absorto en espectar cómo Atila hace una finta y prepara una envestida con su mazo, ¡y lo descarga con violencia! 

     Atila entra en cólera e intenta estrangular a Tetilla, pero las manos se topan con un espectro ilusorio. Esto le hace un montón de gracia a Atila, y suelta una tremenda carcajada. –¡Asique magia..! Yo también sé algo de eso- y prepara un conjuro elaborado que quiere lanzar al viento para atrapar a Tetilla en otra dimensión.

     Tetilla recibe un bofetón y abre los ojos de golpe. –Todo el día enganchado, desenchufa y pela las patatas, que hay que cenar-.

     Tetilla es un puto yonki de una realidad virtual muy real.

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