24/7/12

El frío, el calor y la nada (Acto VI), Anónimo


Acto VI: el asesino

Allí estaba él, con su pecho y su rostro empapados en sangre; la sangre de otro hombre. Quién fuera ese otro no importa. Quién fuera él, el asesino, tampoco – quizá un niño. La navaja de afeitar sudaba las lágrimas rojas de una sangre muerta que se deslizaba por su filo y se precipitaba contra el suelo. El cuerpo del hombre degollado dormía frente al asesino y le miraba inexpresivo. No sintió compasión, no sintió lástima; tampoco era ahora más feliz que antes, ni se enorgullecía de lo que había hecho. Tan sólo quería desnudarse lo antes posible y paliar así el exasperante calor de aquel sótano oscuro.

Los poetas, en la calle, miraban arriba y abajo buscando la respuesta, preguntándose para qué. ¿Para qué?, ¿para qué? y en sus versos sólo se reflejaba esta preocupación; pero el cielo se había quebrado y la tierra estaba, desde hacía milenios, privada de toda nobleza. ¡Nihilistas!, gritaban desde sus tumbas los ancianos, ¡nihilistas! Nosotros ya os lo advertimos. Y mientras ellos se flagelaban por no encontrar el para qué, desde su sótano, el asesino se reía de ellos. No, él no tenía este problema, él no se fustigaba; pues no puede llorarse la ausencia de una respuesta cuando gozas de la ausencia de la pregunta. ¿Para qué? Ya es tarde para planteárselo.

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