9/7/12

Uñas, por Sergio Escribano



     Un extraño folklore brinda al cabello, las uñas y los dientes una vida propia. Nuestro colega lo sabe y es por eso que se tensa descifrando la presencia de los dientes, el pelo y las manos entre los comentarios de la gente que le rodea, se pregunta que sienten y le dirían, o qué le dicen, porque dice que puede escucharlas y necesita otras opiniones. Está por aquí, nos vimos el otro día. Me acerqué a cenar a un bar chino bastante castizo en el que se dan escenas muy peculiares que hay cerca de mi casa, y me lo encontré mareando ideas con un canuto en la mano. Tiene la costumbre de palpar y relamer a sus amantes. Suele ser sincero, solícito y cortés, cuando la confianza le da cancha y son la mayoría de las veces, y así enriquece su colección de pelos y uñas.

     Empecé a lucir lo que había crecido mi coleccione de pedazos del mundo y salió el tema. Lleva en la cartera pequeños extractos de las últimas incorporaciones que ha hecho a su colección y también llevaba un tiempo pensando en que no conoce a nadie que comparta su inquietud. Le da bastante fatiga dar explicaciones por hablar del tema, tiende a evitar tener que darlas.

     Tenía curiosidad porque de camino, en el tren, había escuchado.
    -Mira, la colección de uñas de Mónica.
    -Dios, que puto asco.
    A las muchachas les dijo que esa amiga suya de dónde era y que si podrían darle su número para conocerla, que estaba impaciente por descubrir a otra coleccionista. Ellas, correctas y pegajosas, le dijeron que no le iban a dar el teléfono a un desconocido. Él tuvo ya de qué reírse hasta que llegó a Atocha. Pero le duró poco, no tenía ninguna motivación inmediata y empezó a darle vueltas a la actitud de las chicas.
No pudo evitar imaginarse el pelo y las uñas de las amigas de Mónica y su extravagante supervivencia, y no tenía ninguna gana.

     -Y ya está, te lo he contado y ahora me da igual. ¿Vas a comer? Te invito.
     Y el muy hijo de puta me enganchó la mano, me arrancó una uña y la escupió.

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