Un extraño folklore brinda al cabello, las uñas y los dientes una vida propia. Nuestro colega lo sabe y es por eso que se tensa descifrando la presencia de los dientes, el pelo y las manos entre los comentarios de la gente que le rodea, se pregunta que sienten y le dirían, o qué le dicen, porque dice que puede escucharlas y necesita otras opiniones. Está por aquí, nos vimos el otro día. Me acerqué a cenar a un bar chino bastante castizo en el que se dan escenas muy peculiares que hay cerca de mi casa, y me lo encontré mareando ideas con un canuto en la mano. Tiene la costumbre de palpar y relamer a sus amantes. Suele ser sincero, solícito y cortés, cuando la confianza le da cancha y son la mayoría de las veces, y así enriquece su colección de pelos y uñas.
Empecé a lucir lo
que había crecido mi coleccione de pedazos del mundo y salió el
tema. Lleva en la cartera pequeños extractos de las últimas
incorporaciones que ha hecho a su colección y también llevaba un
tiempo pensando en que no conoce a nadie que comparta su inquietud.
Le da bastante fatiga dar explicaciones por hablar del tema, tiende a
evitar tener que darlas.
Tenía
curiosidad porque de camino, en el tren, había escuchado.
-Mira,
la colección de uñas de Mónica.
-Dios,
que puto asco.
A
las muchachas les dijo que esa amiga suya de dónde era y que si
podrían darle su número para conocerla, que estaba impaciente por
descubrir a otra coleccionista. Ellas, correctas y pegajosas, le
dijeron que no le iban a dar el teléfono a un desconocido. Él tuvo
ya de qué reírse hasta que llegó a Atocha. Pero le duró poco, no
tenía ninguna motivación inmediata y empezó a darle vueltas a la
actitud de las chicas.
No
pudo evitar imaginarse el pelo y las uñas de las amigas de Mónica y
su extravagante supervivencia, y no tenía ninguna gana.
-Y
ya está, te lo he contado y ahora me da igual. ¿Vas a comer? Te
invito.
Y
el muy hijo de puta me enganchó la mano, me arrancó una uña y la
escupió.
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