9/3/13

Sin título, por Nemo



Perdí el rostro para siempre,
cortado por los cristales caídos
de un cielo roto.
Y ya derrotado en el suelo
fue robado por todas la manos
del mundo y, arrojado al viento
su cuerpo mutilado, para servir
de alimento a un vacío tal,
que hasta el tiempo es allí devorado.   
Mas tuvo suerte mi rostro,
aun pudo guardarle luto
un charquito en el barro lluvioso
al verle exhalar su último gesto.
Y durante el día entero
no pararon de llorar los arboles
sus hojas  con aun mayor prisa
de la que exige el látigo de otoño.
¿Sería tanta la penita que
yo les inspiraba y traía?
Mas yo no la tenía.
Fue tan hermoso desangrarme
sobre aquel segundo
y derramarlo todo.
¡Qué gran peso me quite
al volverme feo
y digno objeto de miradas de odio!
Cuando me puse ante un espejo
y pude pintar en él, sin obstáculo,
sin miedo, cualquier rostro.

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