La nieve cubría todo con
su forma de árboles y senderos y el silencio era el rey de aquel bosque amante
de su dictador. Pocos animales se atrevían a perturbar la paz, la mayoría de
ellos, aves,
- destinadas a vivir
entre dos mundos.
Una caseta en un claro.
Pequeña, de madera, sin signos visibles de producción industrial. Su techo
ahumaba el ambiente.
CULPABLE
El Fuego,
mero
artificio ígneo nacido de la madre y la rabia.
Indomable y
destructor,
- un animal manso al
servicio de aquel desconocido.
Había llegado al bosque
hará ya un par de estaciones, con las provisiones justas y las herramientas
adecuadas.
La Perseverancia y el
Fracaso le convirtieron en un autómata.
Estupefactas, las
criaturas observaban sus quehaceres, como un ser extraterrestre observa una
cena de navidad.
-
Aleatorios e incomprensibles, nunca antes fueron perpetrados actos semejantes
intramuros del pinar fortificado.
Primero fue pánico, pues
el crujir de los árboles que morían vaticinaba tragedias impensadas
anteriormente. Mas no tardo en esparcirse la quietud entre las almas al ver que
el desconocido solo tomaba lo que necesitaba (unos cuantos troncos guardan
proporción con el ser exterior). Taciturno y pesaroso, apenas salía de su nido.
Los cuervos revoloteaban alrededor, a la pesquisa, pues son ellos los mensajeros del mundo.
Animales de pezuña mostraban más respeto, ya que el intruso comía carne, e
imposible era escapar de sus truenos, fulminantes y lejanos.
Cuando el sol se hizo débil y los árboles
exhibían la esbeltez de su letargo, todo el Bosque estaba centrado en aquella
minúscula caseta, en aquel intruso
odiado al principio,
temido después,
y necesitado finalmente.
Hacía días que no asomaba la cabeza.
Al 7 día de espera el Bosque sintió que algo
pasaba. La barraca transmutaba en humo y calor, mientras sus muros se
inclinaban hacia el corazón triste y furioso que desaparecía con ella.
Los árboles fueron los primeros en creer que el
bosque ardería…
No fue el caso.
Ese fuego no consumía la
madera para realizarse. No
carbonizaba la carne
para sentirse vivo.
Ese fuego ardía de pena,
consumía pesar y solo dejó cenizas.
P.D.: Al menos fue valiente.
No hubo carta de despedida. Los músculos se mantuvieron tensos mientras el metal hería el último
reducto de sí mismo que le ataba a la vida. La sangre manando a borbotones le
pareció hermosa y no aparto la vista hasta que el frío le obligó a cerrar los
ojos.
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